Helados de paila

Sería como ir a la playa y no meterse al mar...

Pero decidirse por consumirlo en el local "tradicional" o en
el nuevo edificio "Rosalía", uno frente al otro, trae
connotaciones que la mayoría de clientes desconocen.

Entre los administradores de los dos lucrativos negocios se
vive la ley del hielo (son parientes y no se hablan) y una
competencia feroz por controlar el mercado, mientras una
disputa por quedarse con la marca "Rosalía Suárez" ya ha
llegado a los juzgados. Los rivales son: el nieto y el
bisnieto de la anciana.

"La bermejita", como le decía Galo Plaza Lasso (su asiduo
cliente) a Rosalía Suárez, nunca pensó que su estilo de hacer
helados se convertiría en una herencia valiosa; y que su
nombre se transformaría en una marca patentable.

Cuando falleció a los 105 años, no dejó constancia de a quién
heredaba el negocio. De sus tres hijos, solo Angélica Suárez,
quien la acompañó, hasta sus últimos días, decidió continuar
con ese trabajo, en el mismo local arrendado desde hace 58
años.

Angélica administró el negocio en Ibarra desde 1940, hasta
cuando la edad se lo permitió. Cansada, tomó hace pocos años
la decisión que le ha costado la tranquilidad familiar: no
escogió a ninguno de sus tres hijos como heredero del local;
fue su nieto, Tiberio Vásquez, quien asumió la dirección.

Cuando Tiberio ahorró lo suficiente para comprar un nuevo
local, al frente de la vieja casona, salió a flote la disputa
familiar. Segundo Darío Suárez, hijo de Angélica, alquiló el
local antiguo y se instaló otra heladería con el nombre de su
abuela y un agregado: "El tradicional helado de Rosalía
Suárez". Eso le sirvió para ganar clientela: los helados son
de los mismos sabores y el local hasta tiene el mismo decorado
interno que el negocio que dirige Tiberio (en frente de la
calle).

La pregunta es ¿por qué doña Angélica no encargó el negocio a
su hijo, Segundo Darío Páez, que ahora es su competidor? Una
posibilidad es que haya pensado que a él ya le iba bien con su
cafetería, donde se hacían las tradicionales tostadas
ibarreñas. No necesitaba, por lo tanto, una fuente de ingresos
extra.

Ahora, la anciana aparece de vez en cuando en la heladería (en
la del nieto), solo para observar cómo las ventas se han
reducido a la mitad, mientras su hijo, satisfecho por el
momento, ha obtenido la patente de la marca para legitimar su
negocio.